La casa estaba llena de risas y murmullos emocionados mientras la familia y los amigos de Sofía esperaban su llegada. La sala estaba decorada con globos y serpentinas, y una gran torta de cumpleaños llamaba la atención, rodeada de velas que esperaban ser encendidas. Era un día especial, el cumpleaños número veinticinco de Sofía, y todos estaban ansiosos por celebrarlo con ella.
Los minutos pasaban y la impaciencia empezaba a notarse entre los invitados. Sofía había prometido llegar temprano, pero ya llevaba más de una hora de retraso. Su madre, Marta, miraba el reloj con preocupación, mientras su padre intentaba mantener la conversación ligera para no alarmar a los demás.
"Debe estar teniendo un día complicado en la peluquería," sugirió su mejor amiga, Carla, tratando de aliviar la tensión. "Ya saben cómo es, siempre queriendo verse perfecta."
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la puerta principal se abrió y Sofía entró. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa, aunque parecía un poco apagada, como si hubiera pasado por algo agotador. "¡Perdón por la demora!" dijo con una voz que sonaba un poco más suave de lo habitual. "Tuve problemas en la peluquería, se complicó más de lo esperado."
Sus amigos y familiares, aliviados por su llegada, la recibieron con abrazos y risas, dejando de lado cualquier preocupación. Marta le acarició el cabello, notando que estaba más suave y brillante que de costumbre. "Te ves hermosa, cariño," le dijo, sonriendo con orgullo.
"Gracias, mamá," respondió Sofía, aunque había un brillo en sus ojos que nadie notó, una chispa oscura oculta detrás de la familiaridad de su mirada.
Todos se reunieron alrededor de la mesa mientras encendían las velas de la torta. Comenzaron a cantar "Feliz Cumpleaños", sus voces mezclándose en una armonía cálida y alegre. Sofía se mantuvo en el centro, sonriendo, pero en su interior, la verdadera naturaleza de lo que había sucedido estaba aun oculta…
Horas antes, cuando Sofía caminaba hacia la peluquería, una extraña mujer apareció de la nada en su camino. Vestida con ropa desaliñada y un sombrero que ocultaba gran parte de su rostro, la mujer le dirigió una sonrisa que no alcanzó a sus ojos. Sofía sintió un escalofrío, pero lo ignoró, apurando el paso. Sin embargo, la mujer comenzó a seguirla, murmurando palabras que no entendía…
Sofía aumentó la velocidad, su corazón latiendo con fuerza, pero antes de que pudiera llegar a la seguridad de la peluquería, la mujer la atrapó, llevándola hacia un oscuro callejón. Allí, con una fuerza sobrehumana, la golpeó, dejándola inconsciente en el suelo. La bruja, porque eso era lo que era, extrajo la esencia de Sofía, tomando su apariencia, su voz, todo lo que la hacía ser quien era.
Cuando Sofía despertó, ya no era Sofía. Estaba atrapada en un vacío oscuro, mientras su cuerpo caminaba libremente con otra conciencia en su lugar. La bruja se había transformado en ella, y ahora estaba en su casa, celebrando un cumpleaños que no le pertenecía.
La falsa Sofía apagó las velas, pidió un deseo y comenzó a cortar la torta, repartiendo trozos a sus amigos y familiares. Mientras tanto, la verdadera Sofía, perdida en la oscuridad de su propia mente, gritaba en silencio, incapaz de hacer nada para detener a la usurpadora.
La noche avanzó, y la bruja, disfrutando de su nuevo disfraz, se integró perfectamente en la vida de Sofía. Sus movimientos eran elegantes, su risa convincente, y sus palabras llenas de afecto. Nadie sospechaba nada. Mientras los invitados se despedían, abrazándola y deseándole lo mejor, la bruja sonreía para sí misma, saboreando su victoria.
Cuando todos se fueron, la casa quedó en silencio. La falsa Sofía se acercó al espejo en el salón, mirando su reflejo con satisfacción. "Este cuerpo es mío ahora," murmuró para sí misma, con una sonrisa perversa. "Y tú, pobre Sofía, te quedarás atrapada en la oscuridad para siempre.“
Ahora y por siempre la bruja continuaría con la vida de Sofía, usando su cuerpo para satisfacer sus propios deseos…
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